Por Wilson Rodríguez
Hubo un tiempo, no tan lejano, en que los programas de análisis políticos en la República Dominicana eran verdaderos espacios de aprendizaje, llenos de argumentos, datos e historias como verdaderos faros de conocimiento.
Sus conductores y panelistas eran figuras respetadas, auténticos líderes de opinión. Eran profesionales de la comunicación, voces que edificaban el discurso público al analizar el acontecer nacional. Cada día, se esperaba de ellos un análisis ponderado de los acontecimientos, una disección de las políticas públicas y una crítica constructiva que enriquecía la conversación democrática. La diversidad de pensamiento era un valor fundamental, y el disenso, una oportunidad para profundizar en los argumentos.
Hoy, la escena es desoladora. Los mismos espacios, que otrora gozaban de credibilidad y audiencia, se han transformado en meras plataformas para la propaganda partidista. La independencia canjeada por la lealtad ciega, y el análisis con profundidad, suplantado por la arenga o meras opiniones.
El fenómeno es particularmente evidente con la consolidación de los tres principales actores políticos -el Partido Revolucionario Moderno (PRM), la Fuerza del Pueblo (FP) y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD)-, que parecen haberse apropiado de buena parte del espectro mediático que era principalmente los análisis políticos.
En casi cada programa de radio o televisión, podcast o canal de Youtube, sea cual sea el horario o la temática general, es fácil identificar a las «bocinas» o representantes de cada una de estas organizaciones. Su rol es tan predecible como lamentable: criticar furibundamente cada acción del gobierno de turno, sin importar su mérito o intención, mientras que, por el contrario, los voceros del oficialismo defienden a capa y espada cada decisión, por cuestionable que sea, del poder ejecutivo.
Esta dinámica genera un ruido ensordecedor donde el argumento razonado que mínimamente intenté salir es ahogado por los partidistas. Y así, en lugar de encontrar un espacio para comprender la complejidad de los temas nacionales, se ven inmersos en una batalla campal para ver quién esgrime con más energía cual fanático del beisbol sus lealtades.
La consecuencia directa es una profunda polarización de opiniones que sepulta el más alto ejercicio de comunicación social que solo genera una desconfianza generalizada hacia el periodismo y, en última instancia, una ciudadanía menos informada y más propensa a la manipulación.
El pago, sobreentendido o explícito, a estas «bocinas” desgasta la poca credibilidad que aún les queda a estos espacios interactivos destruyendo el papel social de los medios de comunicación.
Cuando la opinión está condicionada por un interés monetario o partidista, deja de ser opinión periodística para pasar a ser propaganda. La ética y la responsabilidad social del comunicador quedan relegadas, sacrificadas en el altar de la política.
Se hace necesario que la sociedad dominicana, y en particular los actores mediáticos y políticos, reflexionen sobre el particular. Qué tipo de debate público queremos construir? Seguiremos permitiendo que el papel social de los medios esté dictada tan abiertamente por intereses partidistas, o rescataremos la primacía del análisis objetivo y la crítica constructiva?
La revitalización de los programas de análisis político pasa por un compromiso férreo con la independencia y la pluralidad. Qué garantiza mayor ingreso publicitario, tener audiencia o tener un militante de cada partido con presupuesto en los programas interactivos?
Los comunicadores tienen el deber de recuperar su rol como intermediarios conscientes de la información, de los datos para armar argumentos, generar debates para convencer sobre sus causas.
Y los partidos políticos, por su parte, deben entender que una sociedad bien informada, con capacidad crítica, con menos polarización, es el verdadero motor de una democracia sana, participativa, con mayor militancia consciente a, con menos abstención electoral, con una sociedad más empoderada de sus derechos.