Por Frank Valenzuela
Explosión de acero y quince días de sequía total
El 15 de septiembre de 2016, el fondo de uno de los dos viejos tanques superficiales —uno de ellos reparado sin recubrimiento epóxico— cedió como una lata de refresco: mil metros cúbicos de agua salieron en cascada, arrastrando tierra y dejando al pueblo sin reserva.
Quince días seguidos de camiones cisterna pagados por el Estado mostraron lo cerca que estaba la línea entre precariedad y desastre.
Las imágenes de la torrentera oxidada corriendo por las calles dieron la vuelta a Manzanillo: una comunidad costera rodeada de agua salada, pero sedienta de agua dulce, contemplaba incrédula cómo su única reserva se vaciaba en cuestión de minutos.
La onda de choque fue más social que hidráulica. Vecinos que nunca se habían organizado para protestar cortaron la carretera que conduce a Monte Cristi y Dajabón con troncos y neumáticos; exigían respuestas, no promesas.
Las escuelas cerraron por falta de higiene, los comercios redujeron horarios y la policía tuvo que escoltar los camiones cisterna para evitar altercados en los puntos de reparto.
De noche, los barrios altos olían a plástico quemado de las fogatas con las que las familias hervían el agua recogida durante el día.
La emergencia generó promesas rápidas: INAPA anunció un plan de contingencia que incluía tanques portátiles y recubrimiento interno; sin embargo, solo llegaron dos camiones flexibles que nunca se usaron por falta de soportes.
Los funcionarios se hicieron la foto con los depósitos todavía empaquetados en celofán industrial; al día siguiente, la improvisada carpa de prensa se desmanteló y los tanques quedaron apilados detrás del destacamento militar, oxidados y sin estrenar al cabo de seis meses.
Era la versión criolla del “para la foto” que tanto indigna a los manzanilleros: un anuncio ruidoso, pero una ejecución muda.
El episodio también demostró la ausencia de planes de riesgo: ni alarma comunitaria ni protocolo sanitario; muchas familias almacenaron agua sin clorar y se registró una gran cantidad de casos de diarrea aguda en la semana siguiente, según el área de salud.
El hospital, ya de por sí maltrecho, improvisó una unidad de hidratación oral con toldos donados por la Defensa Civil.
Mientras tanto, los precios del botellón se duplicaron y las farmacias agotaron las sales de rehidratación, un lujo en un municipio donde el ingreso promedio apenas rebasa los RD$ 9,000 mensuales.
La crisis dejó expuesta la arista más dolorosa del abandono: la falta absoluta de rendición de cuentas.
Nadie explicó por qué el tanque se había reparado sin epoxi; nadie presentó un cronograma de reconstrucción; nadie indemnizó a las familias que perdieron electrodomésticos bajo la oleada de óxido.
Varios años después de aquel fatídico hecho, la comunidad aún espera un informe técnico que detalle responsabilidades y garantías.
Sin ese mínimo gesto de transparencia, el cilindro que estalló en 2016 seguirá recordando que la frontera entre servicio público y desastre está a una soldadura mal hecha de distancia.
El megatanque varado: millones enterrados y cero metros cúbicos entregados
INAPA respondió firmando en 2017 un contrato de RD$ 34.7 millones para rehabilitar un depósito metálico nuevo de 1,000 m³. Las planchas y la soldadura se terminaron en 2018; las adendas elevaron el costo a RD$ 43.6 millones en 2023; la obra figura “concluida” en los informes oficiales.
Sin embargo, continúa fuera de servicio: falta energizar las bombas de carga, instalar la telemetría y realizar la prueba API 653. La válvula de entrada permanece sellada; el pueblo observa cómo un cilindro gigante se oxida a la intemperie mientras siguen llenando cubetas.
El proyecto se concibió con un objetivo simple y urgente: garantizar 24 horas de reserva para estabilizar la presión nocturna y reducir un 30% las pérdidas por rebose.
Las especificaciones hablaban de un tanque cilíndrico de chapa ASTM A36, techo cónico autoportado, recubrimiento epóxico de tres capas, escalera exterior, pasarela de inspección, macromedidor magnético y sensores de nivel ultrasónicos enlazados por GPRS al centro de control regional.
Dos bombas de 37 kW debían impulsar el agua desde la derivación principal y llenar el depósito en seis horas, cubriendo picos de demanda industrial.
La ecuación financiera parecía robusta: con un costo final de RD$ 43.6 millones y una vida útil proyectada de 30 años, el tanque debía amortizarse en ocho mediante ahorros en alquiler de cisternas y reducción de fugas.
Hoy ocurre lo contrario: cada mes sin puesta en marcha cuesta al Ayuntamiento unos RD$ 350,000 en camiones de agua, cifra que ya supera el 20% del valor del proyecto.
Esa sangría contradice cualquier criterio de eficiencia presupuestaria y revela un problema menos técnico que político.
¿Por qué el cilindro sigue seco? Los informes internos señalan cuatro cuellos de botella: (1) la línea de media tensión que debe alimentar las bombas espera un acuerdo con EDENORTE desde 2022; (2) la licitación para la telemetría quedó desierta porque los pliegos exigían un fabricante único; (3) la prueba API 653 se ha pospuesto tres veces por “indisponibilidad de inspector certificado”; y (4) la recepción definitiva depende de un seguro de obra que expiró en 2020 y nadie ha renovado.
Todas son gestiones administrativas cuyo costo se estima en menos del 2% del presupuesto original, según un estudio del Colegio Dominicano de Ingenieros.
El calendario oficial promete arrancar el sistema “antes de que termine 2025”, pero el escepticismo reina en la bahía: ya van siete plazos incumplidos.
Cada día que pasa, la corrosión avanza un milímetro más y la confianza de la comunidad retrocede un kilómetro.
El megatanque debía ser el símbolo de un nuevo ciclo hídrico; se ha convertido en un monumento al inmovilismo, recordando que el agua no solo puede perderse por fugas, sino también por la inercia de quienes deben abrir la llave.
Una demanda que se dispara y una oferta que se achica
Tres proyectos concentran obreros y técnicos en la bahía: la ampliación del puerto, dos centrales de generación a gas y un parque logístico.
El alquiler de habitaciones creció un 22% entre 2021 y 2024; el censo preliminar de 2022 registra 6,046 residentes, pero los fines de semana la población flotante supera los 9,000.
Cada turno de construcción requiere duchas, comedores y lavanderías que el sistema actual no puede abastecer.
Los estudios de impacto de las nuevas plantas energéticas prevén picos de 1,500 m³/día adicionales durante pruebas; hoy la red apenas entrega 600 m³/día en promedio.
La brecha energética-hídrica amenaza con retrasar cronogramas millonarios.
La ecuación es sencilla: sin tanque regulador, la línea ALINO no puede sostener simultáneamente la demanda doméstica y la industrial; la expansión económica podría naufragar en un grifo seco.
Las alarmas, sin embargo, no figuran en ninguna agenda pública.
El Plan Maestro Manzanillo 2022 advierte que la demanda crecerá otro 40% antes de 2027, pero el cronograma de obras hidráulicas sigue en “fase de estudio”.
Los inversionistas extranjeros firman contratos de suministro eléctrico que dependen de agua para refrigeración, ignorando que cada metro cúbico extra se le resta a una comunidad que ya paga dos veces por un servicio que nunca llega con la presión prometida.
Un polo de desarrollo que no resuelve su sed termina atrayendo capitales de paso y expulsando residentes permanentes: la paradoja de crecer sin agua amenaza con convertir a Manzanillo en la terminal seca de un puerto húmedo.
La paradoja de planificar desarrollo sin agua
El Plan de Desarrollo Municipal 2020–2024 identifica el agua potable como el primer tema crítico de una lista de 32 planteados y exige la construcción de un acueducto independiente para Pepillo Salcedo.
Ese diagnóstico, avalado por talleres participativos en los que confluyeron juntas de vecinos, pescadores, clubes, agricultores, obreros organizados, iglesias y empresarios de la bahía, concluye que la carencia hídrica limita la salud pública, la inversión industrial y la retención de mano de obra calificada.
En su capítulo de riesgos, el documento advierte que cualquier megaproyecto portuario “carecerá de sostenibilidad social” si no garantiza un abastecimiento continuo antes de entrar en operación.
Con la misma lógica, el Consejo de Desarrollo del Municipio de Pepillo Salcedo elaboró una Agenda de Temas Críticos en la que la problemática del agua se mantiene, desde 2019, entre los cinco primeros puntos —por encima de desempleo y vivienda— y la define como “cuello de botella” para la expansión portuaria, energética y turística.
Esa agenda fue presentada en julio de 2021 al presidente de la República: la comisión local suplicó “agua antes para atraer barcos”, subrayando que los proyectos anunciados duplicarían la demanda hídrica en menos de cinco años.
La paradoja se hizo visible cuando, cuatro años después, los barcos llegan con maquinaria para megaproyectos mientras los residentes almacenan agua en tanques de 55 galones.
La Estrategia Nacional de Competitividad celebra la creación de un “hub logístico” en Manzanillo, pero el servicio domiciliario funciona dos veces por semana. Invertir en muelles sin invertir en tuberías equivale a construir rascacielos sin escaleras: el discurso de modernidad descansa sobre un subsuelo seco y agrietado.
El contraste erosiona la confianza ciudadana. Cada inauguración oficial se brinda con botellas importadas porque la jarra local no es potable; las fotografías de ministros chocan con la imagen cotidiana de mujeres y niños cargando cubetas.
La población percibe un divorcio entre planificación estratégica y realidad hídrica: se instalan grúas pórtico de última generación en el puerto mientras las escuelas del barrio La Playa carecen de agua para los lavamanos.
Tres años después de aquella reunión en Palacio, el agua no ha ingresado en la lista de partidas ejecutadas del presupuesto nacional.
El Consejo de Desarrollo del Municipio, con su agenda de temas críticos, ha recordado al Gobierno que, sin un acueducto confiable, el “hub logístico” corre el riesgo de convertirse en un espejismo industrial sostenido por cisternas alquiladas.
Manzanillo sigue esperando que la prioridad prometida se traduzca en tuberías soldadas, válvulas abiertas y un flujo continuo que, ahora sí, permita brindar con agua local al pie del futuro muelle de contenedores.
Manzanillo clama por agua: el megatanque olvidado que podría cambiarlo todo
En Manzanillo, norte fronterizo de la República Dominicana, la sed se ha convertido en rutina.
Ducharse con cubetas, almacenar en tinacos y madrugar por una gota se ha vuelto cotidiano en un pueblo que, paradójicamente, alberga el proyecto portuario más ambicioso del Caribe.
La comunidad no pide milagros, sino voluntad: que se energice de inmediato el megatanque de almacenamiento de agua potable construido hace más de cinco años y aún sin funcionar.
El técnico hidráulico Humberto Liriano, conocedor de primera mano del sistema, ha lanzado una voz de alerta que no puede seguir siendo ignorada.
“La situación de escasez que vive Manzanillo no es nueva. Es un problema arrastrado por años y causado, en gran parte, por la falta de voluntad política. Aquí tenemos dos tanques de almacenamiento, uno de ellos con más del 90% de su construcción completada, equipado con todas las tuberías necesarias. Pero sigue fuera de operación por una sencilla razón: la tapa metálica del tanque está oxidada y contamina el agua”, explica Liriano, quien asegura que podría ponerlo a funcionar en apenas cuatro horas si se sustituyera esa pieza crítica.
Los datos hablan por sí solos. Los 275,000 galones actuales no satisfacen las necesidades mínimas de la población.
Con el aumento demográfico acelerado, impulsado por la llegada de nuevas industrias, plantas eléctricas y la expansión portuaria, la demanda ha crecido más de un 100%. Y sin agua no hay desarrollo posible.
“Promover turismo, industria y empleo sobre tierra seca es alimentar una ficción”, sentencia Liriano.
En ese contexto, la comunidad exige al director ejecutivo de INAPA y al presidente de la República cuatro medidas concretas y urgentes:
1. Puesta en marcha inmediata del sistema construido: energizar las bombas, abrir las válvulas selladas, activar la telemetría y poner en funcionamiento los 1,000 metros cúbicos del megatanque durante el tercer trimestre del año.
2. Acuerdo formal de caudal asignado: quitar a Dajabón el control unilateral del ramal de distribución y garantizar a Manzanillo un volumen proporcional a su crecimiento proyectado.
3. Un nuevo modelo de gobernanza hídrica: implementación de una red dividida en zonas hidráulicas con horarios públicos, supervisión vecinal diaria, publicación de datos abiertos sobre presión y caudal, y capacitación técnica continua para el personal local de INAPA.
4. Cambio urgente de la tapa metálica del tanque elevado, actualmente oxidada y responsable de la contaminación del agua, lo que impide su operación. Esta intervención permitiría habilitar el sistema completo en cuestión de horas.
Además, se solicita la habilitación de una línea de quejas técnico-operativa 24/7 y la publicación mensual de un informe de incidencias resueltas, con monitoreo ciudadano.
Solo así se evitará que el agua de los hogares termine compitiendo con las tuberías industriales del puerto, las plantas de gas o el parque logístico. Ese circuito de retroalimentación —supervisado por la sociedad civil— garantizará que cada fuga o válvula cerrada tenga solución inmediata y verificable.
“Lo que falta no es infraestructura, sino decisión”, concluye Humberto Liriano. Mientras tanto, la comunidad sigue esperando que alguien, desde lo más alto del poder, abra por fin la llave del futuro.