martes, agosto 19, 2025

Manuel Vólquez, el hombre que partió el día que llegó al mundo

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Un llamado a cuidar la vida antes de que sea tarde

 

Por Joana (Pamela) García Montero

El 21 de julio de 2025, en una fecha que debería haber sido de celebración, falleció en Santo Domingo Este el señor Manuel Julián Vólquez Pérez, padre, profesional, amigo y ciudadano ejemplar. Tenía exactamente 54 años, los mismos que cumplía ese día, cuando cerró los ojos para siempre.

Su muerte, ocurrida el mismo día de su nacimiento, no es un hecho casual. Es, para quienes le conocieron y amaron, una señal sagrada del círculo que se cierra con dignidad, humildad y amor.

Manuel Julián nació el 21 de julio de 1971 en Duvergé, provincia Independencia. Fue hijo de Estela Pérez, una madre abnegada que aún vive, y de Gorín Vólquez, su padre ya fallecido, a quien siempre honró con respeto y cariño. Graduado como licenciado en Contabilidad, se trasladó a Santo Domingo, donde se estableció como un ciudadano modelo, respetado en su comunidad y reconocido por su amor al trabajo, integridad y generosidad.

Compartió su vida con su esposa, Ynosencia Montero, una mujer firme, amorosa y solidaria, que lo acompañó en todo momento, velando por su salud, sus pasos y su bienestar hasta el último día. Fruto de su esfuerzo y formación en valores, Manuel dejó tres hijos profesionales que continúan su legado de responsabilidad y trabajo digno: su hija mayor de crianza, Joana (Pamela) García Montero, abogada y escritora; la doctora Bianca Vólquez, médico de profesión; y Maickel Vólquez, licenciado en Administración. Todos ellos crecieron viendo en su padre un faro de principios, un ejemplo vivo de cómo el trabajo y el amor pueden sostener un hogar.

Fue vecino en la comunidad de Brisas de Mendoza, donde muchos lo recuerdan como un hombre tranquilo, servicial, respetuoso y siempre dispuesto a tender la mano. Su sola presencia inspiraba confianza y gratitud. En cada gesto cotidiano, Manuel sembraba cariño. Quien haya tenido el privilegio de recibir su ayuda sabe que no era simplemente un favor: era una expresión de amor desinteresado.

Entre el deber y el desgaste: una lección silenciosa
Como tantos hombres de su generación, Manuel fue un trabajador incansable. La vida laboral —con sus presiones, responsabilidades y cargas— se convirtió en un deber diario que rara vez cuestionó. Su historia, lamentablemente, no es única: muchas personas anteponen sus compromisos laborales a su salud física y emocional, por dejarse llevar por la presión laboral y los abusos de sus supervisores y jefes en el trabajo, dejando el cuidado personal como algo secundario, “para después”.

Ese “después” muchas veces no llega. Las enfermedades silenciosas, como la hipertensión arterial, se incuban en el cuerpo hasta que el sistema no resiste más. El estrés crónico, la falta de descanso, la negación al tratamiento médico y el olvido de uno mismo son formas lentas pero constantes de autodesgaste.

Este artículo busca despertar conciencia. Manuel fue un hombre sabio, pero, como muchos de nosotros, postergó lo urgente en nombre de lo importante. Hoy su partida nos deja un mensaje que va más allá del dolor: la salud no es negociable.

Morir el día del cumpleaños: un símbolo que trasciende
Pocos hechos conmueven tanto como morir el mismo día en que se nace. No se trata de superstición ni coincidencia banal: hay algo profundamente espiritual en cerrar el ciclo exactamente 54 años después del primer aliento. Su vida no terminó en un día cualquiera. Terminó en su día, como si el universo hubiese decidido que su misión estaba completa.

Esa coincidencia —o providencia— transforma el luto en reverencia. No todos se van en su cumpleaños. Solo aquellos cuyas vidas dejan huellas tan hondas que el tiempo decide honrarlos con ese cierre perfecto.

El que sirve a los demás es el mayor
Las Escrituras nos enseñan que “el que sirve a los demás es el mayor entre todos” (Mateo 23:11), y, en ese sentido, Manuel Julián fue verdaderamente el mayor. Fue el más servicial, el más generoso, el más dispuesto a ayudar sin esperar nada a cambio. Su grandeza no se midió en títulos ni bienes materiales, sino en el profundo amor con que trató a cada persona que se cruzó en su camino. Sirvió con las manos, con el corazón y con un espíritu tan humilde como inquebrantable.

Una despedida con propósito
Este homenaje no solo es para recordar a Manuel Julián Vólquez Pérez, sino para hablarles a los que aún están aquí. A quienes aman, trabajan, ayudan y siguen adelante sin mirar cuánto se están sacrificando en el camino. A todos los padres, madres, profesionales, vecinos, líderes comunitarios y ciudadanos comunes que dan más de lo que tienen… pero olvidan reservar algo para sí mismos.

Su historia debe servirnos como espejo. No esperemos a que el cuerpo se rinda para empezar a escucharlo.

Manuel vivirá en su legado, en sus actos de servicio, en el recuerdo de quienes le amaron profundamente, en su esposa y sus tres hijos, quienes estarían dispuestos a dar todo lo que tienen por traer a su padre de regreso, aunque sea solo un instante, si eso fuera posible.

Descansa en paz, Manuel. Tu vida fue un ejemplo de bondad silenciosa, trabajo y servicio, y tu partida, una enseñanza de amor.

 

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La autora es abogada y escritora

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