PUERTO PRÍNCIPE, Haití — Los haitianos empezaron a perder el control de sus vidas el mes pasado, poco después de que el primer ministro Ariel Henry dijese que eliminaría los subsidios a los precios de los combustibles, que de inmediato aumentaron al doble.
Sonaron disparos y manifestantes bloquearon las calles con cercos de acero y árboles de mango. Acto seguido, la banda delictiva más poderosa de Haití cavó fosas para bloquear el acceso a la terminal de combustibles más grande del país, diciendo que no reabriría el paso hasta que renuncie Henry y los precios de los combustibles y de los productos básicos bajen.
El país más pobre del hemisferio occidental soporta una espiral inflacionaria que afecta enormemente a la gente y agrava las manifestaciones de protesta, que tienen a la sociedad a punto de estallar. Abunda la violencia y los padres tienen miedo de mandar a sus hijos a la escuela. Escasean los combustibles y el agua potable, en tanto que hospitales, bancos y tiendas de comestibles tienen problemas para permanecer abiertas.
El presidente de la vecina República Dominicana describió la situación de Haití como una “guerra civil de baja intensidad”.
La vida en Haití siempre es difícil, por no decir disfuncional. Pero la magnitud de la parálisis actual y de la desesperación no tienen precedentes.
La inestabilidad política se viene cociendo desde el asesinato del presidente haitiano el año pasado, que todavía no fue resuelto. Una inflación del 30% no hace sino agravar las cosas.