Por Luis Eduardo Narváez Martínez
¿Lo percibes? En una época donde el éxito se mide en agendas llenas, publicaciones virales y respuestas inmediatas, tomarse una pausa se ha vuelto casi un acto de rebeldía.
Pero, ¿y si la pausa no fuera una pérdida de tiempo, sino un acto de poder? Una pausa no es hacer silencio, abandonar o ausentarse; es un respiro que se asemeja a un suspiro largo y profundo, a una ola que retrocede para tomar impulso.
En el arte, es el compás que da fuerza al siguiente acorde; en la vida, es el paréntesis necesario entre el ruido y el sentido.
Desde la psicología, detenerse es un mecanismo de autorregulación: la actividad mental necesita pausas para integrar emociones, tomar decisiones sabias y evitar el agotamiento, incluso físico.
No es un lujo; es salud mental. ¿Y qué ganamos al pausar? Primero, claridad: alejarse un momento de la escena nos proporciona otra perspectiva, tal vez más segura.
Segundo, creatividad: grandes ideas nacen cuando el cerebro se desconecta del deber y se conecta con el ser. Y tercero, humanidad: una pausa permite reconectar con lo esencial de la vida: un café sin prisa, una conversación sin notificaciones, un día sin pretender, un salir sin mirar el reloj.
Quien no se detiene se agota con prontitud, se cansa, se rompe. Aunque el algoritmo no tenga botón de pausa, tú sí. Usarlo no te quita millas; te devuelve la paz y tranquilidad que tanto mereces para recargar y empezar con mejor ritmo.
No es obligatoriedad ir corriendo; hacer una pausa también es sinónimo de avanzar. Haz la pausa.
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Para contactar el autor: @luisenarvaezm