viernes, noviembre 8, 2024
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Larry Harlow, un maestro en la mezcla de diversas conexiones musicales entre Nueva York y el Caribe

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En muchos sentidos, Larry Harlow —una de las figuras centrales de la salsa y de su sello definitorio, Fania Records— fue un maestro en la mezcla de las diversas conexiones musicales entre Nueva York y el Caribe. En una carrera que abarcó seis décadas, fusionó géneros relacionados como el rock, el jazz y el R&B con diversos géneros cubanos como la rumba, el son y la guaracha gracias a un conocimiento íntimo y profundo de ambas tradiciones musicales.

Harlow creció en Brownsville, Brooklyn, y estudió piano clásico. Su padre, Buddy Kahn, era un músico de mambo judío que dirigía la banda de la casa en el club Latin Quarter de Nueva York. El músico y académico Benjamin Lapidus escribe en su nuevo libro que los judíos patrocinaban bailes latinos con bandas en vivo ya en la década de 1930 en la ciudad de Nueva York. Harlow surgió de una tradición de “mamboniks”judíos que bailaban mambo en espacios como el Palladium de Midtown, varios lugares de Brooklyn y el circuito hotelero de Catskills. Músicos judíos como Marty Sheller a menudo escribían arreglos, y algunos DJ de radio como “Symphony” Sid Torin y Dick “Ricardo” Sugar promocionaban la música. Líderes de bandas latinas inmortales como Tito Puente tocaban con regularidad en Catskills, un espacio en el que se curtieron jóvenes músicos como Alfredo “Chocolate” Armenteros, que se convirtió en colaborador de Harlow.

Sin embargo, Harlow, que murió el viernes a los 82 años, quería ir más allá de los estilos europeizados de interpretación del mambo que se escuchaban en Catskills y ser fiel a las raíces africanas de la música. Viajó a la Cuba anterior a Castro en la década de 1950 y regresó decidido a combinar lo que aprendió con lo que ocurría en Nueva York para crear una síntesis moderna de lo tradicional y lo vanguardista. En busca de aceptación entre los principales músicos posmambo, llegó incluso a iniciarse en la religión afrocaribeña de la santería para reivindicar su autenticidad y ganarse el respeto de la comunidad musical.

“Era un judío que se juntaba con todos esos cubanos y afrocaribeños”, me dijo en una entrevista en 2004. “Pensaba en eso de ‘donde fueres, haz lo que vieres’”.

Harlow nunca intentó fingir que no era quien era. Aun después de alcanzar el estatus de iniciado en la comunidad de la santería, a menudo se le fotografiaba con una estrella de David colgada del cuello. El público hispanohablante lo conocía con cariño como el Judío Maravilloso, un sobrenombre que se le dio por su devoción a la música del director de conjunto y progenitor del mambo Arsenio Rodríguez, un afrocubano invidente conocido como el Ciego Maravilloso. Cuando, a principios de la década de 1980, decidió publicar un álbum titulado “Yo Soy Latino”, el vocalista principal fue el muy querido cantante puertorriqueño Tito Allen.

Más allá de sumergirse en la espiritualidad afrocaribeña, Harlow se involucró de manera directa en la evolución de la salsa en colaboración con Johnny Pacheco y Jerry Masucci, los fundadores de Fania. Según Alex Masucci, hermano superviviente de Jerry, Harlow fue el primer artista contratado con el fin de grabar para Fania. Sus primeros discos, “Bajándote: Gettin’ Off”, “El Exigente” y “Me and My Monkey”, que incluye una versión de la canción de los Beatles “Everybody’s Got Something to Hide Except Me and My Monkey”, apostaron por el sonido bilingüe del bugalú con influencia de R&B, que unía a los oyentes negros y latinos.

El paso de Harlow del bugalú a una actualización con influencia del jazz del sonido de conjunto más africanizado de Rodríguez, que incluía más trompetas e instrumentos de percusión, como la conga y el cencerro, fue crucial para la creación de la salsa. Su mezcla de jazz, mambo y conjunto se convertiría en una de las principales influencias en la idea emergente de la salsa. Aunque el uso innovador del trombón de Eddie Palmieri y Willie Colón dio a las secciones de vientos un sonido más agresivo y urbano, la influencia de Harlow y Pacheco también fue decisiva. Los lanzamientos de Harlow de principios de la década de 1970, “A Tribute to Arsenio Rodríguez”, “Abran Paso” y “Salsa”, cristalizaron su nueva estética. Fue pionero de la grabación con trompetas y trombones. Dio nueva vida al sonido de la charanga cubana, que incluía flautas y violines, e incorporó el tambor batá, utilizado en ceremonias religiosas, a su proyecto decididamente secular.

Harlow gozaba el espíritu de finales de la década de 1960 —Rubén Blades me dijo que era el “Frank Zappa de la salsa”— y fue un colaborador voraz. Su versión bilingüe de una canción de los Beatles y el arte del álbum “Electric Harlow” hacían gala de un estilo psicodélico. Tocó el piano para Steven Stills y Janis Ian, y tuvo un proyecto de rock-jazz con Jerry Weiss, el tecladista de Blood, Sweat & Tears. En 1972, después de que Miranda dejó de manera temporal su banda, adaptó con rigurosidad “Tommy”, de los Who, como la ópera salsa “Hommy”, en la cual trasladó los personajes británicos originales a los barrios latinos de Nueva York.

Aunque la explosión de popularidad de la salsa entre mediados y finales de la década de 1970 fue orgánica y se alimentó del joven público latino del Bronx y de Uptown, Harlow contribuyó a su explosión al asumir un importante papel de productor en la película de cine de realidad de Leon Gast “Our Latin Thing”. La película fue una fiesta de presentación de Fania All-Stars, un supergrupo con Ray Barretto, Colón, Cheo Feliciano, Pacheco y muchos otros, con Harlow al piano. La semana pasada, Masucci me dijo que Harlow fue la conexión para la participación de Gast y la aparición de auténticos devotos de la santería al final de la película. En 1976, grabó una historia musical de celebración, “La Raza Latina Suite”, con Blades cantando en inglés.

Aunque Harlow no nació en las tradiciones que dieron origen a la salsa, a lo largo de su carrera fue ampliamente aceptado como un pilar de ese tipo de música. Forma parte de una larga lista de músicos judíos que han desempeñado un papel fundamental en la música afrocaribeña, que se remonta a Augusto Coén, un judío afropuertorriqueño que dirigió una orquesta latina en 1934, predecesora de los reyes del mambo Puente, Machito y Tito Rodríguez (el intercambio fue en ambos sentidos, ya que, por ejemplo, la reina de la salsa, Celia Cruz, grabó la canción popular judía “Hava Nagila” con su banda, La Sonora Matancera).

Para Harlow, la mezcla de culturas y géneros era solo una segunda naturaleza. En 2005, contribuyó con un amplio solo de teclado en “L’Via L’Vasquez”, en el álbum “Frances the Mute” de la banda punk psicodélica tejana Mars Volta, una elección que no debería considerarse fuera de lo común. Varios musicólogos y escritores han reconocido la influencia de los patrones de bajo cubanos, llamados tumbaos, así como de los patrones de chachachá, en los primeros éxitos del rock, como “Twist and Shout” y “Louie Louie”. Para Harlow, la conexión entre el rock y la música latina, el funk y la salsa, era algo natural, un producto de la época en la que alcanzó la mayoría de edad.

“Era una época de revolución”, me dijo una vez. “La gente escribía canciones de protesta y Eddie, Barretto y yo estábamos cambiando el concepto armónico de la música latina. Yo fui el que los volvió un poco psicodélicos”.

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The New York Times

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