“Para todos los jóvenes de esta nación y para cualquiera que busque lo que significa vivir una vida con propósito y significado… estudien a Jimmy Carter, un hombre de principios, fe y humildad”, dijo Biden en un comunicado. “Demostró que somos una gran nación porque somos buena gente: decentes y honorables, valientes y compasivos, humildes y fuertes”.
Biden dijo que ordenaría un funeral de Estado para Carter en Washington.
Empresario, oficial naval, evangelista, político, negociador, escritor, carpintero, ciudadano del mundo, Carter forjó un camino que aún desafía las suposiciones políticas y que destaca entre los 45 hombres que alcanzaron el cargo más alto de Estados Unidos. El presidente número 39 impulsó su ambición con un intelecto agudo, una fe religiosa profunda y una ética de trabajo prodigiosa, llevando a cabo misiones diplomáticas hasta después de los 80 años y construyendo casas para los pobres hasta bastante después de sus 90.
“Mi fe exige —esto no es opcional—, mi fe exige que haga todo lo que pueda, donde sea que esté, siempre que pueda, durante el tiempo que pueda, con lo que sea que tenga para tratar de marcar una diferencia”, dijo Carter una vez.
Un presidente de Plains
Carter, un demócrata moderado, ingresó a la contienda presidencial de 1976 como un gobernador de Georgia poco conocido con una sonrisa amplia, convicciones bautistas declaradas y planes tecnocráticos que reflejaban su educación de ingeniero. Su campaña sencilla dependía de la financiación pública, y su promesa de no engañar al pueblo estadounidense resonó después de la caída en desgracia de Richard Nixon y la derrota de Estados Unidos en el sureste de Asia.
“Si alguna vez les miento, si alguna vez hago una declaración engañosa, no voten por mí. No merecería ser su presidente”, repitió Carter antes de vencer por escaso margen a Gerald Ford, el presidente republicano que había perdido popularidad tras indultar a Nixon.
Carter gobernó en medio de presiones de la Guerra Fría, mercados petroleros turbulentos y agitación social debido al racismo, los derechos de las mujeres y el papel global de Estados Unidos. Su logro más aclamado en el cargo fue un acuerdo de paz en Oriente Medio que orquestó al mantener al presidente egipcio Anwar Sadat y al primer ministro israelí Menájem Beguín en la mesa de negociaciones durante 13 días en 1978. Esa experiencia en Camp David inspiró el centro pospresidencial en el que Carter establecería mucho de su legado.
Sin embargo, la coalición electoral de Carter se fragmentó bajo una inflación de dos dígitos, filas en las gasolineras y la crisis de 444 días de los rehenes en Irán. Su hora más sombría llegó cuando ocho estadounidenses murieron en un intento fallido de recatar a los rehenes en abril de 1980, lo que ayudó a asegurar su derrota aplastante ante el republicano Ronald Reagan.
Carter reconoció en su “Diario de la Casa Blanca” de 2020 que podía caer en el “control excesivo” y ser “excesivamente autocrático”, lo que complicaba los tratos con el Congreso y la burocracia federal. También fue indiferente ante los medios de comunicación y cabilderos de Washington, sin apreciar del todo su influencia en su destino político.
“No nos llevó mucho tiempo darnos cuenta de que la subestimación existía, pero para entonces no pudimos corregir el error”, dijo Carter a los historiadores en 1982, dejando entrever que tenía “una incompatibilidad inherente” con los actores políticos de Washington.
Carter insistió en que su enfoque general era sólido y que logró sus objetivos principales: “proteger la seguridad y los intereses de nuestra nación de manera pacífica” y “mejorar los derechos humanos aquí y en el extranjero”, aun si se quedó muy lejos de un segundo mandato.
Y después, el mundo
Sin embargo, la derrota ignominiosa le permitió un segundo acto. En 1982 los Carter fundaron el Centro Carter, una una base de operaciones —la primera de su tipo— que los consolidaría en la posición de mediadores de la paz internacional y defensores de la democracia, la salud pública y los derechos humanos.
“No me interesaba construir sólo un museo o almacenar mis registros y recuerdos de la Casa Blanca”, escribió Carter en una autobiografía publicada después de cumplir 90 años. “Quería un lugar en el que pudiéramos trabajar”.
Esa labor incluyó aliviar las tensiones nucleares entre Corea del Norte y Corea del Sur, ayudar a evitar una invasión estadounidense a Haití y negociar un alto al fuego en Bosnia y en Sudán. Para 2022, el Centro Carter había declarado libres o fraudulentas al menos 113 elecciones en Latinoamérica, Asia y África. Recientemente, el centro también empezó a monitorear los comicios estadounidenses.
La obstinada seguridad en sí mismo e incluso cierto aire de superioridad moral de Carter resultaron eficaces una vez que ya no enfrentó trabas por el orden que prevalecía en Washington, a veces al grado de generar frustración en sus sucesores.
Fue a “donde otros no pisan”, afirmó, a lugares como Etiopía, Liberia y Corea del Norte, donde aseguró la liberación de un estadounidense que había cruzado la frontera en 2010.
“Puedo decir lo que quiera. Puedo reunirme con quien quiera. Puedo asumir proyectos que me agradan y rechazar los que no”, puntualizó Carter.
Anunció un acuerdo de reducción de armas a cambio de ayuda con Corea del Norte sin aclarar los detalles con la Casa Blanca de Bill Clinton. Criticó abiertamente al presidente George W. Bush por la invasión de Irak en 2003. También criticó el enfoque de Estados Unidos hacia Israel en su libro “Palestine: Peace Not Apartheid” (“Palestina: paz, no apartheid”), de 2006. Y en repetidas ocasiones presentó un planteamiento opuesto a los gobiernos de Estados Unidos al insistir en que Corea del Norte debería ser incluida en los asuntos internacionales, una posición que alineó más a Carter con el presidente republicano Donald Trump.
Entre las muchas iniciativas de salud pública del centro, Carter se comprometió a erradicar el parásito del gusano de Guinea durante su vida, y casi lo logró: los casos se redujeron de aproximadamente un millón en la década de 1980 a un puñado en 2022. Con cascos y martillos, los Carter también construyeron casas junto con la organización no gubernamental Hábitat para la Humanidad.
El comité del premio Nobel de la Paz de 2002 menciona sus “labores incansables para encontrar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, impulsar la democracia y los derechos humanos, y promover el desarrollo económico y social”. Carter debería haberlo recibido junto con Sadat y Beguín en 1978, agregó el presidente del comité.
Carter aceptó el reconocimiento y dijo que había más trabajo por hacer.
“El mundo es ahora, en muchos sentidos, un lugar más peligroso”, afirmó. “La mayor facilidad para viajar y comunicarse no ha sido equiparada por una comprensión y un respeto mutuo a ese mismo nivel”.
“Una épica vida estadounidense”
Los extensos viajes de Carter lo llevaron a aldeas remotas donde conoció a pequeños “Jimmy Carter”, que fueron nombrados así por padres que lo admiraban. Pero pasó la mayor parte de sus días en la misma casa de una planta de Plains —ampliada y custodiada por agentes del Servicio Secreto—, donde vivía antes de que se convirtiera en gobernador. Impartía regularmente lecciones de catecismo en la escuela dominical de la iglesia bautista Maranatha hasta que su movilidad disminuyó y se desató la pandemia de COVID-19. Esas sesiones atrajeron a visitantes de todo el mundo al pequeño santuario donde Carter recibirá su despedida final después de un funeral de Estado en la Catedral Nacional de Washington.
La evaluación común de que fue un mejor expresidente que presidente irritó a Carter y sus aliados. Sus prolíficas actividades después de la presidencia lo posicionaron por encima de la política, particularmente entre los estadounidenses demasiado jóvenes para haber sido testigos de su trabajo en el cargo. Pero Carter también vivió lo suficiente para ver a biógrafos e historiadores reevaluar con más generosidad sus años en la Casa Blanca.
Su historial incluye la desregulación de industrias clave, la reducción de la dependencia estadounidense del petróleo extranjero, el manejo prudente de la deuda nacional y leyes notables sobre el medio ambiente, la educación y la salud mental. Se enfocó en los derechos humanos en la política exterior, presionando a dictadores para que liberaran a miles de presos políticos. Reconoció el imperialismo histórico de Estados Unidos, indultó a quienes evadieron el reclutamiento para la guerra de Vietnam y renunció al control del Canal de Panamá. Normalizó las relaciones con China.
“No estoy nominando a Jimmy Carter para un lugar en el Monte Rushmore”, escribió Stuart Eizenstat, director de política interna de Carter, en un libro de 2018.
“No fue un gran presidente”, pero tampoco la caricatura “desventurada y débil” que los votantes rechazaron en 1980, dijo Eizenstat. Más bien, Carter fue “bueno y productivo” y “dio resultados, muchos de los cuales se hicieron realidad sólo después de que dejó el cargo”.
Madeleine Albright, integrante del personal de seguridad nacional de Carter y secretaria de Estado de Clinton, escribió en el prólogo del libro de Eizenstat que Carter fue “consecuente y exitoso”, y expresó su esperanza de que las percepciones sobre su presidencia “continuarán evolucionando”.
“Nuestro país tuvo suerte de tenerlo como nuestro mandatario”, dijo Albright, que murió en 2022.
Jonathan Alter, quien escribió una extensa biografía de Carter publicada en 2020, dijo en una entrevista que el expresidente debería ser recordado por “una vida estadounidense épica” que abarca desde un comienzo humilde en una casa sin plomería interior hasta décadas en el escenario mundial en un periodo que incluye dos siglos.
“Es probable que sea recordado como una de las figuras más incomprendidas y subestimadas de la historia de Estados Unidos”, dijo Alter a The Associated Press.
Un inicio en un pueblo pequeño
James Earl Carter Jr. nació el 1 de octubre de 1924 en Plains, y pasó sus primeros años en la cercana localidad de Archery. Su familia era una minoría en la comunidad mayoritariamente negra décadas antes de que el movimiento por los derechos civiles se desarrollara en los albores de la carrera política de Carter.
Carter, quien hizo campaña como moderado en lo que respecta a las relaciones raciales pero gobernó de manera más progresista, hablaba a menudo de la influencia de sus cuidadores y compañeros de juego de raza negra, y también hizo notar las ventajas con que contaba: los intereses comerciales de su padre incluían una tienda de comestibles en la calle principal de Plains, y protagonismo local que lo ayudó a llegar al Congreso estatal. Su madre, Lillian, se convertiría en una parte esencial de sus campañas políticas.
En un intento por expandir su mundo más allá de Plains y su población de menos de 1.000 habitantes —en ese entonces y ahora—, Carter consiguió entrar en la Academia Naval de Estados Unidos y se graduó en 1946. Ese mismo año se casó con Rosalynn Smith, también nativa de Plains, una decisión que consideró más importante que cualquiera que haya tomado como jefe de Estado. Ella compartía su deseo de ver el mundo y sacrificó el ir a la universidad con tal de apoyar la carrera de él en la Armada.
Carter ascendió de rango a teniente, pero entonces a su padre le diagnosticaron cáncer, por lo que el oficial de submarinos dejó de lado la posibilidad de convertirse en almirante y mudó a la familia de regreso a Plains. La decisión hizo enfurecer a Rosalynn, incluso mientras se sumergía en el negocio del maní junto con su esposo.
Carter nuevamente no habló con su esposa antes de lanzar su primera candidatura —más tarde calificó de “inconcebible” no haberla consultado sobre decisiones de vida tan importantes—, pero esta vez ella estaba de acuerdo.
“Mi esposa es mucho más política”, dijo Carter a The Associated Press en 2021.
Ganó un escaño en el Senado estatal en 1962, pero no fue por un periodo largo. Se postuló para gobernador en 1966 —perdió ante el archisegregacionista Lester Maddox— y luego se centró de inmediato en la próxima campaña.
En su papel de diácono bautista en la iglesia, Carter se había pronunciado en contra de la segregación, y ya siendo senador estatal se opuso a los “dixícratas” racistas como senador estatal (el término “Dixie” se refiere a la región cultural de los estados del sur de Estados Unidos que formaron la Confederación). Sin embargo, cuando era líder de la junta escolar local en la década de 1950 no presionó para poner fin a la segregación escolar ni siquiera después de la decisión de la Corte Suprema en el caso de Brown contra el Consejo de Educación, y a pesar de que privadamente respaldaba la integración. Y en 1970, Carter volvió a postularse para gobernador como el demócrata más conservador contra Carl Sanders, un acaudalado hombre de negocios rico a quien Carter apodó “Cufflinks Carl” (“Mancuernillas Carl”). Sanders nunca lo perdonó por volantes anónimos que usaban la raza como carnada, los cuales Carter repudió.
A la larga, Carter ganó sus contiendas al atraer tanto a votantes negros como a blancos culturalmente conservadores. Una vez en el cargo, fue más directo.
“Les digo con toda franqueza que el tiempo de la discriminación racial ha terminado”, declaró en su discurso inaugural de 1971, lo que estableció un estándar para los gobernadores del sur que lo llevó a la portada de la revista Time.
“¿Jimmy qué?”
Sus iniciativas en el Congreso estatal incluyeron la protección del medio ambiente, el impulso de la educación rural y la reforma de estructuras anticuadas del poder ejecutivo. Proclamó el Día de Martin Luther King Jr. en el estado natal del líder de los derechos civiles asesinado. Y decidió, cuando recibió a los candidatos presidenciales en 1972, que no eran más talentosos que él.
En 1974 dirigió la campaña nacional de los demócratas. Después lanzó su propia candidatura para 1976. Un periódico de Atlanta respondió con el encabezado: “¿Jimmy quién?”.
Los Carter y una “Brigada del Maní” compuesta por familiares y simpatizantes de Georgia acamparon en Iowa y Nueva Hampshire, estableciendo ambos estados como campos de prueba para la postulación presidencial. El primer respaldo que recibió en el Senado fue el de un joven de Delaware en su primer periodo llamado Joe Biden.
No obstante, fue la capacidad de Carter para navegar en la compleja política racial y rural de Estados Unidos la que consolidó la nominación. Arrasó en el sur ese noviembre, el último demócrata en hacerlo, dado que muchos sureños blancos se volvieron republicanos en respuesta a las iniciativas de defensa de los derechos civiles.
Carter, autoproclamado “cristiano renacido”, generó risas al decir durante una entrevista con la revista Playboy, en el año electoral, que “había mirado a muchas mujeres con lujuria. He cometido adulterio en mi corazón muchas veces”. La sintaxis reflejaba las escrituras del Nuevo Testamento, y su honestidad le ganó el cariño de muchos votantes.
Carter eligió al senador Walter “Fritz” Mondale de Minnesota como su compañero de fórmula en una candidatura a la que se llegó a conocer como “Grits y Fritz”. Ya en el cargo, le dio más prominencia a la vicepresidencia y a la oficina de la primera dama. La colaboración en el gobierno con Mondale fue un modelo para los influyentes sucesores Al Gore, Dick Cheney y Biden. Rosalynn Carter fue una de las esposas presidenciales más involucradas de la historia; era bienvenida en las reuniones del gabinete y en otras con legisladores y asesores de alto nivel.
Los Carter presidieron con una informalidad poco común: él usó su apodo “Jimmy” incluso cuando prestó juramento, cargaba su propio equipaje y trató de silenciar el “Hail to the Chief” (“Salve al jefe”) de la banda de la Infantería de Marina. Compraban su ropa en las tiendas. Carter vistió una chaqueta de punto para un discurso en la Casa Blanca en el que instó a los estadounidenses a ahorrar energía bajando el consumo de sus termostatos. Amy, la menor de cuatro hijos, asistió a la escuela pública del Distrito de Columbia.
La élite social y mediática de Washington despreció su estilo. Pero la mayor preocupación era que él “odiaba la política”, según Eizenstat, lo que lo dejaba sin ningún lugar al que recurrir políticamente, una vez que la agitación económica y los desafíos de la política exterior pasaron factura.
Logros y “malestar”
Carter desreguló parcialmente las industrias de la aviación, los ferrocarriles y los camiones de transporte de mercancías, y estableció los departamentos de Educación y de Energía, y la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias. Designó millones de hectáreas de Alaska como parques nacionales o refugios de vida silvestre. Nombró a un número entonces récord de mujeres y personas no blancas a puestos federales. Nunca nominó a nadie a la Corte Suprema, pero elevó a la abogada de derechos civiles Ruth Bader Ginsburg a la segunda corte más alta de la nación, lo que la posicionó para un ascenso en 1993. Nombró a Paul Volker, el presidente de la Reserva Federal cuyas políticas ayudarían al auge económico en la década de 1980, después de que Carter dejara el cargo. Llevó más lejos la apertura de Nixon con China, y aunque toleró a los autócratas en Asia, presionó a Latinoamérica a pasar de las dictaduras a la democracia.
Pero no pudo controlar de inmediato la inflación ni la crisis energética relacionada con ella.
Y luego vino Irán.
Después de que admitió al exiliado sha de Irán en Estados Unidos para recibir tratamiento médico, la embajada estadounidense en Teherán fue invadida en 1979 por seguidores del ayatolá Ruhollah Jomeini. Las negociaciones para liberar a los rehenes fracasaron repetidamente antes del fallido intento de rescate.
El mismo año, Carter firmó el SALT II, el nuevo tratado de armas estratégicas con Leonid Brezhnev, de la Unión Soviética, sólo para retirarlo, imponer sanciones comerciales y ordenar un boicot estadounidense a los Juegos Olímpicos de Moscú después de que los soviéticos invadieron Afganistán.
Con la esperanza de infundir optimismo, pronunció lo que los medios denominaron su discurso del “malestar”, aunque él no usó esa palabra. Declaró que la nación sufría “una crisis de confianza en sí misma”. Para entonces, muchos estadounidenses habían perdido la confianza en el presidente, no en sí mismos.
Carter hizo campaña con moderación para su reelección debido a la crisis de los rehenes, y envió a Rosalynn en su lugar cuando el senador Edward M. Kennedy lo desafió para la nominación demócrata. Como es bien sabido, Carter dijo que “les daría una paliza”, pero Kennedy lo obstaculizó, y Reagan reunió una coalición amplia con exhortaciones para “hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande” y preguntándole a los votantes si estaban “mejor que hace cuatro años”.
Reagan aprovechó aún más el tono sermoneador de Carter, y lo acabó en su único debate de otoño con la afirmación: “Ahí vas de nuevo”. Carter perdió todos los estados, excepto seis, y los republicanos lograron una nueva mayoría en el Senado.
Carter negoció con éxito la liberación de los rehenes después de las elecciones, pero en un último y amargo giro de los acontecimientos, Teherán esperó hasta horas después de que Carter dejara el cargo para liberarlos.
“Una vida maravillosa”
A los 56 años, Carter regresó a Georgia “sin idea de lo que haría con el resto de mi vida”.
Cuatro décadas después de lanzar el Centro Carter, todavía hablaba de asuntos pendientes.
“Cuando entramos a la política pensé que lo habríamos resuelto todo”, dijo Carter a la AP en 2021. “Pero resultó ser mucho más prolongado e insidioso de lo que pensé que era. Creo que, en general, el mundo en sí está mucho más dividido que en años anteriores”.
Sin embargo, ratificó lo que dijo cuando se sometió a tratamiento por un diagnóstico de cáncer en su décima década de vida.
“Estoy perfectamente tranquilo con lo que sea que venga”, dijo en 2015. “He tenido una vida maravillosa. He tenido miles de amigos, he tenido una existencia emocionante, aventurera y gratificante”.