Reservas del Banco Central, soberanía y el nuevo orden financiero mundial
Por Pavel De Camps Vargas
La mayoría de los dominicanos no piensa en reservas internacionales cuando entra a un colmado, paga el pasaje o revisa el precio del dólar en su celular. Y, sin embargo, esas reservas están ahí, silenciosas, determinando cuánto cuesta la comida, qué tan estable es el peso y cuán abrupto puede ser el próximo golpe económico. No se ven, pero se sienten.
Mientras todo va bien, parecen un concepto lejano, casi irrelevante. Pero cuando el mundo se complica una guerra, una crisis financiera, una pandemia las reservas dejan de ser una cifra técnica y se convierten en una barrera concreta entre la estabilidad y el desorden. Son el dinero que no se gasta en los tiempos buenos para evitar que el costo sea insoportable en los tiempos malos.
En una economía pequeña, abierta y vulnerable a los choques externos como la dominicana, esa diferencia no es académica: es diaria. Cada dólar que el Banco Central logra preservar es un acto silencioso de protección social. Y cada dólar que se descuida es una fragilidad futura que, tarde o temprano, termina pagando la gente común.
Durante décadas, las reservas internacionales fueron materia exclusiva de tecnócratas, un renglón discreto en los informes de los bancos centrales que raramente cruzaba la frontera del debate público. Hoy, en un mundo atravesado por guerras prolongadas, inflación persistente, pandemias recientes y una geopolítica cada vez más áspera, esas reservas se han convertido en uno de los indicadores más nítidos del poder real de los Estados. No emiten comunicados ni comparecen ante parlamentos, pero deciden con precisión quirúrgica quién resiste una crisis, quién devalúa su moneda y quién termina negociando de rodillas ante los mercados o los organismos multilaterales.
Las reservas de los bancos centrales compuestas por divisas fuertes, oro y activos altamente líquidos funcionan como el colchón financiero de las naciones. Son el seguro de última instancia: estabilizan monedas, aseguran importaciones críticas, respaldan deuda externa y permiten intervenir cuando el sistema entra en zona de turbulencia.
En 2024, los datos del World Factbook y de organismos multilaterales confirman una realidad incómoda: el mundo no solo es desigual en ingresos, sino también en su capacidad de protegerse del colapso.
El mapa global de las reservas: quién manda y quién resiste
Los 50 países con mayores reservas concentran la inmensa mayoría del blindaje financiero global. Asia domina con claridad, seguida por Europa y Norteamérica. América Latina, África y el Caribe aparecen fragmentados, con excepciones puntuales, pero sin la masa crítica necesaria para alterar el equilibrio del poder monetario internacional.
En este mapa, China es un caso aparte.
Mientras Estados Unidos conserva el privilegio histórico de emitir la principal moneda de reserva global, China ha optado por una estrategia radicalmente distinta: acumularla. Y lo ha hecho a una escala que no solo lidera el ranking mundial, sino que lo desborda. Con aproximadamente US$3.5 billones en reservas internacionales, Beijing no compite: aplasta.
Para dimensionarlo:
- Japón, segundo lugar, ronda los US$1.26 billones.
Incluso sumando varias economías avanzadas, el volumen chino sigue siendo abrumador. Pero el tamaño, por sí solo, no explica el fenómeno. La pregunta central es cómo China sostiene este arsenal financiero sin provocar desequilibrios internos que lo hagan insostenible.
Cómo China sostiene la mayor reserva de divisas del planeta
Desde 2006, China es el mayor tenedor de reservas internacionales del mundo, y no por accidente. Su arquitectura descansa sobre tres pilares estratégicos: superávit comercial estructural, control cambiario y esterilización monetaria.
Primero, el comercio. Durante décadas, China ha exportado mucho más de lo que importa. Cada dólar que ingresa por ventas al exterior principalmente hacia Estados Unidos y Europa termina, directa o indirectamente, en el Banco Popular de China. A diferencia de las economías de libre flotación, el Estado compra esos dólares y emite renminbi a cambio, evitando una apreciación excesiva que erosionaría su competitividad industrial.
Segundo, el control. El tipo de cambio chino no flota libremente: es administrado con precisión. Esta intervención deliberada reduce la volatilidad, favorece la inversión productiva y protege el empleo industrial, un pilar clave de la estabilidad política interna.
El tercer elemento es el más sofisticado y el menos comprendido: la esterilización monetaria. Emitir grandes cantidades de moneda local para comprar divisas, debería en teoría, disparar la inflación. China neutraliza ese riesgo retirando liquidez del sistema mediante la emisión de bonos, el aumento de los requerimientos bancarios y otras herramientas regulatorias. El resultado es un equilibrio delicado: reservas gigantescas sin inflación descontrolada.
A ello se suma una diversificación calculada: bonos del Tesoro estadounidense, oro, euros y otras monedas. China no solo ahorra; convierte sus reservas en influencia, consolidándose como acreedor global y actor geopolítico silencioso, pero decisivo.
Reservas como poder político: la diplomacia del dinero
En el siglo XXI, las reservas han dejado de ser un instrumento puramente técnico. Son una herramienta de soberanía política. Rusia lo comprendió de forma abrupta cuando parte de sus activos fueron congelados tras la invasión a Ucrania, una señal inequívoca de que el sistema financiero internacional también puede funcionar como arma.
Desde entonces, numerosos países han acelerado la diversificación hacia oro y monedas alternativas, conscientes de que la dependencia absoluta del dólar o de ciertos sistemas de pagos implica vulnerabilidades estratégicas. Las grandes economías utilizan sus reservas para enviar señales de estabilidad, sostener sus monedas y evitar rescates humillantes. Las economías con colchones débiles, en cambio, enfrentan devaluaciones bruscas, inflación importada y dependencia crónica de líneas de emergencia.
Es en este contraste donde las economías pequeñas revelan su fragilidad estructural.
República Dominicana: reservas modestas, función decisiva
En la República Dominicana, las reservas internacionales rondaban los US$14,000 millones a finales de 2024. En el contexto global, es una cifra modesta. En el contexto nacional, es determinante.
A diferencia de China o Japón, la economía dominicana no genera superávits comerciales estructurales. Importa energía, alimentos e insumos industriales, y depende en gran medida del turismo, las remesas, las zonas francas y la inversión extranjera directa. Esa estructura la hace especialmente sensible a choques externos: crisis energéticas, recesiones globales o eventos sanitarios inesperados.
Aquí, las reservas cumplen una función esencial: contener el impacto social de las crisis externas. Permiten al Banco Central intervenir para evitar saltos abruptos del tipo de cambio, anclar expectativas inflacionarias y garantizar importaciones básicas. En términos técnicos, cubren varios meses de importaciones, un umbral considerado saludable por el Fondo Monetario Internacional.
La diferencia con las potencias no es sólo cuantitativa, sino estratégica. Mientras China utiliza sus reservas para influir en el sistema global, la República Dominicana las utiliza para ganar tiempo. Para amortiguar golpes. Para impedir que una crisis externa se transforme en una crisis social interna. Y, en ese marco, la prudencia ha dado resultados: crecimiento sostenido, inflación relativamente contenida y una moneda estable en un entorno internacional volátil.
Las reservas no compran grandeza, compran tiempo
Las reservas internacionales no garantizan prosperidad, pero su ausencia garantiza vulnerabilidad. Son tiempo comprado frente a la tormenta: tiempo para decidir sin pánico, para ajustar sin colapsar, para no entregar la política económica a la lógica inmediata de los mercados.
China las transformó en un instrumento de poder. Las economías desarrolladas, en una póliza de estabilidad. Países como la República Dominicana, en una línea de defensa indispensable.
En un mundo donde las crisis ya no son episodios excepcionales sino una constante estructural, el verdadero lujo no es crecer rápido, sino resistir cuando todo se quiebra. Y en esa prueba silenciosa, lejos de los titulares y los discursos, las reservas siguen siendo el indicador más honesto del poder real de un país.
Debemos recordar que las reservas internacionales no generan aplausos ni votos. No inauguran obras ni se traducen en titulares ruidosos. Pero cuando todo falla, son lo único que queda. Son el último dique antes de que la incertidumbre se convierta en inflación, la inflación en malestar social y el malestar en ruptura institucional.
Para la República Dominicana, contar con reservas sólidas en el Banco Central no es un lujo técnico ni una obsesión de economistas: es una decisión moral y política. Significa proteger a la población más vulnerable cuando el mundo se desordena. Significa evitar que una crisis externa termine pagando el precio del arroz, del transporte o de la electricidad. Significa, en definitiva, gobernar con previsión y no con improvisación.
La historia regional es clara y poco indulgente. Los países que llegan a las crisis sin reservas pierden soberanía, pierden credibilidad y, casi siempre, pierden paz social. Los que llegan preparados ganan algo invaluable: tiempo para decidir sin pánico. Tiempo para ajustar sin destruir. Tiempo para proteger sin someterse.
Por eso, la pregunta que deberíamos hacernos como sociedad no es menor ni técnica. Es profundamente política y ciudadana:
¿Queremos un país que dependa de la suerte y del contexto internacional, o uno que se prepare para lo inevitable?
¿Valoramos la prudencia macroeconómica cuando todo va bien, o solo la reclamamos cuando ya es demasiado tarde?
¿Entendemos que cada dólar bien administrado en reservas es una forma silenciosa de justicia social?
En un mundo donde las crisis ya no son excepcionales sino recurrentes, el verdadero liderazgo no se mide en promesas de crecimiento acelerado, sino en la capacidad de resistir sin quebrarse. Y en esa prueba, invisible pero decisiva, las reservas internacionales del Banco Central no son un detalle contable: son una de las pocas garantías reales de estabilidad, dignidad y futuro para la República Dominicana.














«Conviene subrayar que el corso, figura histórica utilizada para legitimar el saqueo en nombre de una corona, fue abolido hace más de un siglo, por lo que en el orden jurídico contemporáneo no existe la piratería legal», destaca el articulista. (Imagen generada con IA a partir de este artículo).